5.4.12

Desde el agua

Desde el agua la mujer veía pasar la vida. Y desde arriba decenas de curiosos alterados miraban a la mujer hacer la plancha. Entre botellas, bolsas y desechos de todos los colores: el río. Ese río que no da tregua, que golpea con rabia, como si en cada ola nos gritara desafiante: “¡Inútiles!”. El marrón de sus aguas engullendo las partes del cuerpo inerte de la mujer que iba poco a poco pintándose de azul. Tres patrulleros llegaron a la zona, cada uno a paso lento, como si la siesta les pesara aún estando despiertos. Aún vive. Un hombre, o dos. Se arrojan al agua turbia, revuelta. Uno como temiendo; el otro con determinación. Los dos son un tipo común. Llega bomberos. Los policías miran desde lejos al hombre y a la mujer entrelazada con su brazo derecho peleando por salir. Esperan. ¿Qué esperan? Llega prefectura. Los transeúntes comprometidos con el asunto, atormentan con reclamos a la policía: “¡Hace horas que llamamos al 911!”. Patrulleros hay... de sobra. Es que la tarde estaba muy tranquila en Montevideo, tenían tiempo de asomarse a mirar. Son cuatro autos de refuerzo. Refuerzo para mirar mejor. También hay ambulancias. Pero nadie tiene idea de cómo sacar a la mujer. Un país que es pura costa, pura playa de río. Prefectura baja al muelle. Bomberos acompaña. El hombre de torzo desnudo se prende de un flotador con su mano libre, de la otra cuelga la mujer sin consciencia. Mejor así. La golpea el río, la golpean los hombres. Solo una mano la sostiene. De nuevo el hombre. La levanta, la acerca a la vida. De arriba la sujetan… ¿De la ropa? ¿De la mejilla? Desesperación. Desde acá parecen un grupo de aficionados. Todos, menos el que bracea entre las botellas. Arriba, el de más atrás tironea del de adelante y este del de adelante suyo. Solo uno sostiene a la mujer, que de nuevo es raspada, golpeada, librada al movimiento pendulante de las olas contra el muelle. Al fin la suben. ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Diez minutos? ¿Quince? Para mi fueron dos horas. No lo se... ¿No será mucho? Y el río, rabioso, incansable, golpea nuevamente las paredes del muelle, repitiendo una y otra vez su mensaje. Que lo grite una vez más y que lo oiga el país entero: "Inútiles!".


Cualquier similitud con la realidad… es intencional.    

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